martes, 24 de noviembre de 2020.- Cuando hablamos de constitucionalismo o de democracia en la actualidad, siempre se habla de la Constitución de Estados Unidos de América, como un ejemplo de democracia en el mundo. Y sin lugar a duda, su promulgación fue uno de los acontecimientos más importantes para los avances democráticos que se han alcanzado en el planeta.
Asimismo, su Constitución ha ayudado a construir uno de los Estados más sólidos y poderosos del mundo, incluso se han dado el lujo de combatir otras corrientes políticas que han, a su forma particular de verlos, amenazado las libertades y los derechos civiles en distintas regiones del mundo.
También, es bien sabido que dicha Constitución, junto a la creada en la primer República francesa, influenciaron fuertemente a nuestro país; de hecho, la Constitución del país vecino, nos sigue influenciando en la transformación del Estado de derecho mexicano, el claro ejemplo de ello, es la adaptación de la revisión judicial en nuestro sistema.
Sin embargo, la forma establecida en aquel país para la elección de la persona que detenta el poder Ejecutivo, pone en duda la honestidad o transparencia de ciertas instituciones que se ufanan de ser democráticas. Obviamente estamos hablando del colegio electoral, el cual ha dejado un mal sabor de boca a muchos ciudadanos estadounidenses, pero por la relevancia que juega dicho país a nivel mundial, el sabor de boca se extiende por el mundo, empezando por México. Sobre todo, por la identidad cultural que tenemos con dicho país, por la historia, pero sobre todo por los millones de compatriotas que se encuentran legal o ilegalmente dentro del territorio estadounidense.
Pero sin duda, nunca se tuvo un sabor tan amargo en la democracia como el que dejó el triunfo del hoy presidente Donald Trump, sobre todo para los grupos marginados racial y económicamente o los pertenecientes a algún grupo que represente una minoría dentro de dicho país. Ya que la política que este personaje pregona, es de corte fascista y ha polarizado a la sociedad, empoderando a los supremacistas, fortaleciendo políticas anti migratorias e impulsando políticas públicas que pretenden dar revés a derechos fundamentales que se adquirieron después de muchos años de lucha.
Lo anterior, dado que la elección presidencial que llevó a Trump a la casa blanca, resulto ser muy controversial, no solo porque fue cerrada y exageradamente polémica, sino porque pese a que Hillary Clinton obtuvo cerca de dos millones ochocientos mil votos más que el candidato republicano, dada la forma indirecta en la que se celebran las elecciones presidenciales en dicho país, la intermediación del famoso colegio electoral termino dando el triunfo al candidato republicano.
Esto prendió las alarmas en la mayoría de los países democráticos, sobre todo entre los juristas y politólogos, pero también entre la población en general, ya que, en la mayoría de los países democráticos, el voto directo resulta un mecanismo que no deja dudas sobre la validez y transparencia de la elección. Esto nos lleva a plantearnos el siguiente cuestionamiento: ¿Es realmente el colegio electoral una institución democrática?
A mi forma de verlo, no es una institución democrática, de hecho, se aprecia como una forma de manipular la verdadera voluntad popular, es decir, no es realmente la voluntad de la mayoría la que prevalece en las elecciones presidenciales, sino la de un puñado de electores que resultan intermediarios en la elección. ¿Acaso el pueblo es tonto? ¿Es inútil o incapaz de decidir? ¿O simplemente es necesario que un puñado de electores elijan “sabiamente” lo que es más conveniente para la mayoría, porque las masas resultan incapaces o incultas?
Particularmente pienso que el colegio electoral no solo resulta una institución antidemocrática, sino que también resulta obsoleta, ya que, aunque Estados Unidos resulta un pilar para la democracia mundial, su colegio electoral permite a todas las democracias modernas del mundo cuestionar su vigencia, eficacia y eficiencia dado lo desproporcionado de sus mecanismos al momento de conducir a los resultados finales de una elección.
En la sección 1 del artículo 2 de la Constitución estadounidense se establecen los mecanismos que se deben emplear para la elección del presidente quien detentara el Poder Ejecutivo, entre los que destaca que cada Estado, nombrará, del modo que su legislatura disponga, un número de electores igual al total de los Senadores y Representantes a que cada Estado tenga derecho en el Congreso. Asimismo, señala como restricción que ningún Senador, ni Representante, ni tampoco persona alguna que ostente un cargo público honorifico o remunerado que dependa del gobierno podrá ser designado como elector, cuestión que también se realiza mediante una pequeña elección interna.
Ésta es la forma en la que cada Estado designa a los electores que representaran a dicha entidad ante el colegio electoral. Y que son quienes realmente terminan votando por los candidatos presidenciales, es decir, el pueblo, los gobernados, en realidad por quien votan el día de la elección es por los electores designados al colegio electoral y estos a su vez son quienes terminan dando el voto definitivo a quien ocupara la oficina oval.
El sistema electoral para la designación del presidente en Estados Unidos resulta muy complicado de entender, de hecho, se habla de que más del 70% de la población estadounidense ni siquiera lo entiende, la mayoría de los votantes realmente piensa que está votando de manera directa por los candidatos presidenciales, y no por los electores. Ya que, por economía electoral, con el tiempo, se terminó por eliminar el nombre de los electores de la boleta, dejando así solo los nombres de los integrantes de las fórmulas para presidente y vicepresidente, dejando fuera de la boleta los nombres de los electores que fungen como intermediarios del voto, creando así todavía más confusión y generando más desinformación entre los votantes.
Asimismo, es importante señalar que el colegio electoral se integra por 538 electores en total, y que el número de electores por Estado resulta proporcional al número de votantes que tiene dicha entidad, con ello, los Estados más grandes tienen un número mayor de electores como el caso de California o Florida, que tienen 55 y 29 electores respectivamente, y que su población se ha incrementado considerablemente en los últimos años y siempre terminan jugando un papel determinante en la elección. A diferencia de Estados como Pennsylvania o Iowa que han disminuido su población y por ende sus electores, y su papel en el ejercicio democrático de las elecciones tiene menos relevancia.
Ya que el partido que tenga mayor número de electores dentro de un Estado, termina por llevarse todos los votos de ese Estado, aunque la mitad de los electores elegidos pertenezcan a otro partido. Lo que genera una amplia desproporción de los votos y sobre todo de la verdadera voluntad popular en los Estados más reñidos, es decir que tienen casi la misma cantidad de votantes y simpatizantes los dos partidos preponderantes. Con ello, una cantidad mínima de votos puede provocar que un candidato termine llevándose una cantidad exagerada de votos en lugares donde la gente ni siquiera simpatiza con él.
Existen algunas excepciones, ya que no todos los Estados están obligados a emitir los votos forzosamente en favor del candidato del partido que obtuvo la mayoría, pero son los menos, no obstante, que es una costumbre que los electores voten de esta manera, sea obligatorio o no en su Estado.
Los defensores del colegio electoral utilizan una serie de argumentos, que, a mi forma de verlo, también podrían ser fácilmente solucionados a través de una elección de voto directo, es decir, no hay un argumento suficientemente sólido para que después de 200 años se siga manteniendo la institución del colegio electoral vigente.
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